Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA ARGENTINA



Comentario

De la entrada que hizo el Adelantado por el puerto de los Reyes, y de algunas discordias y sucesos que después se ofrecieron


Acabada la guerra de Tabaré con buen suceso, estaba el Adelantado muy obedecido y respetado de los indios de la tierra, aunque por otra parte se hallaba en grandes diferencias con los oficios reales, a causa de querer ellos tener tanta manó en el gobierno, que pretendían que el Adelantado no hiciese cosa alguna sin su parecer, dando por razón que así lo mandaba S.M. A lo cual el Adelantado respondía que en las cosas de gobierno de poco momento y ordinarias no tenía necesidad de consultarles nada, porque de otro modo sería extinguirle el oficio para que ellos fuesen los gobernadores y no él; y así andaban con exhortos, requerimientos y grandes protestas, de suerte que estaban muy encontrados con gran disgusto del Adelantado, que los toleraba con más paciencia de la que convenía a su estado y reputación, cediendo siempre de su parte cuanto era posible por llevar al cabo sus intentos. Estando en estas diferencias fue resuelto de común acuerdo hacer una entrada a descubrir por la tierra algunas riquezas de las que tenían noticia, para cuyo fin alistó 400 hombres con los capitanes Salazar, Francisco Ruiz y Juan de Ortega, y de los que recién vinieron de España, Nuño de Chaves, García Rodríguez Valenzuela, y otros caballeros. Púsose en marcha el Adelantado, dejando en la Asunción a su Maestre de Campo Domingo de Irala, el día 3 de septiembre del año 1541, en cuatro bergantines, seis barcas, veinte balsas, con más de doscientas canoas, en que llevaba algunos caballos, y muchos indios amigos, así Guaraníes como Agaces y Yapirúes. Iban en su compañía el contador Felipe de Cáceres y el Factor Pedro de Orantes, con los cuales navegó el río arriba, llegando a los pueblos de Yeruquizaba, y otros que están en aquella costa hasta el puerto de San Fernando, y después el de la Candelaria; y dejando atrás la laguna de Ayolas, fue recibido de los indios Paraguaes con muestras de amistad. Sucedió que un día quedaron atrás unas canoas por muy pesadas y cargadas, y las tomaron sin mucha contienda, y desde allí adelante siempre que se les ofrecía alguna ocasión, no la malograban, robando y matando siempre que podían; hasta que al cabo el Adelantado determinó hacerles una celada en esta forma: dispuso que después que caminase la armada, se quedara una partida de canoas con muy buena gente en su anegadizo inmediato donde estuviesen ocultos, y que al tiempo que pasasen las canoas de payaguaes, que siempre iban distantes, siguiendo las marchas de los españoles, les saliesen repentinamente por la retaguardia. Así se puso este plan en ejecución, y acometieron los nuestros a los indios tan repentinamente, que no les dieron lugar a dar vuelta sus canoas, ni tomar tierra, de modo que de toda aquella escuadra de canoas no escapó indio alguno, que no fuese muerto o preso, sin embargo de haber hecho bastante resistencia. Luego el Gobernador mandó ahorcar a todos los caciques cabezas de aquellos insultos; y prosiguiendo adelante, llegasen a los pueblos de los Guayarapos, que estaban a la mano izquierda, y a los de los Guatos que habitaban a la derecha del río Paraguay, con quienes tuvieron comunicación, y desde allí fueron a reconocer aquella tierra que llaman el Paraíso, que es una gran isla, que está en medio de los brazos en que se divide el río, tierra tan amena y fértil, como queda referido. Y habiendo reconocido los españoles la afabilidad de los naturales, desearon poblarse en aquel sitio, y lo hubieran puesto en práctica, si el Adelantado, cuyos pensamientos eran descubrir las tierras del occidente, les hubiera permitido. Y siendo de ellos instado, respondió, señores, corramos la tierra, y después haremos asiento, donde más nos convenga, después de haber visto y descubierto lo que hay adelante, que no es razón que a la primera vista de este buen terreno nos quedemos en él, que podrá acaso poco más adelante haber mejores. De aquí nació el quedar en desgracia de muchos, y en particular de los antiguos, que tenían ya algunas raíces en la tierra. Prosiguió su viaje por aquel río, hasta que llegó al puerto de los Reyes, en el cual se desembarcó, y proveyéndose de lo necesario, determinó su viaje por tierra, dejando en las embarcaciones la gente competente y por cabo de ella a Pedro de Estopiñán, su primo. Y tomando su derrota rumbo al norte, fue pasando por varios pueblos indios, gente labradora, que los más de ellos los recibían de paz; y si algunos tomaban las armas para impedirles el pasaje, eran castigados por los nuestros con toda moderación; y después de muchas jornadas llegaron a un pueblo grande de más de 8.000 casas, de donde salieron como 5.000 indios a distancia de dos leguas a atajarles el paso; aunque por lo que después se supo, no era sino por entretenerlos, hasta poner sus familias en salvo, y retirados con mucha pérdida de gente, llegó la nuestra al pueblo, el cual hallaron ya desamparado de indios. Todas las casas estaban proveídas de bastimentos y alhajas, muchas mantas de algodón, listadas y labradas, otras de pieles de tigres, cibelines, cangiles y nutrias, muchas gallinas, patos, y cierto género de conejillos domésticos, que fue grande refrigerio y abasto para toda la tropa. Y habiendo corrido todo el pueblo, hallaron en la plaza principal una casa muy formidable en el círculo de un fuerte de muy buena madera en figura piramidal, cubierta por lo alto de ciertas empleitas de hojas de palmas, dentro de la cual estaba encerrada un monstruosa culebra, o género de serpiente, de tan horrible figura, que a todos causó espanto; era muy gruesa y llena de escamas de diversos colores, con unos como ojos rubicundos, que la añadían más fealdad; cada escama era del tamaño de un plato: la cabeza muy grande y chata con unos colmillos tan diformes, que sobrepujaban y salían fuera de la boca; los ojos pequeños, aunque tan encendidos, que parecían centellas de fuego; tenía de larga más de 25 pies, y de grueso en medio del cuerpo como un novillo: la cola era en forma de tabla, de un hueso duro y negro; al fin era tan horrible y monstruosa, que a todos llenó de horror. Los españoles con arcabuces, y los amigos con saetas, comenzaron a herir a este feroz dragón, que echaba gran copia de sangre: y revolcándose dentro del palenque, hacía estremecer todo el suelo, dando al mismo tiempo tan espantosos silbos, que a todos tenían aterrados: en fin quedó muerto, y averiguando lo que era, dijeron los naturales que todos los de aquella comarca tenían a este monstruo en grande veneración y culto, porque el demonio hablaba dentro de él, y les respondía a todo lo que le preguntaban: sustentábase de carne humana, para cuyo efecto movían guerra entre sí los indios comarcanos por coger cautivos para su diario pasto. Este día fue Dios Nuestro Señor servido de que cesase el motivo de esta horrible carnicería, en que el infernal dragón ocupaba aquella engañada gente.

Recogido por los soldados y amigos el despojo, los oficiales reales pidieron de todo ello el quinto, que pertenecía a S.M. como cosa de estima y valor, haciendo para el efecto varios requerimientos al Adelantado, según lo habían hecho en otras ocasiones. Sin más declaración ni acuerdo comenzaron sobre el caso a molestar algunos soldados con tanta instancia, y tan importunadamente que llegaron a pedir y quitar el real derecho de sacarle el quinto de lo más mínimo, y tanto que hasta de cinco peces que cogían, decían que se debía dar el uno, y lo propio querían de los venados y otras cosas que cazaban, y tenían de algún valor, con lo cual quedó toda la gente muy disgustada: y dijeron al Adelantado claramente que no querían pasar adelante por no experimentar más agravios de los oficiales reales, pues se metían en cosas tan menudas, pidiéndoles quinto, y que temían que en cosas mayores serían más. El Adelantado por aplacar a la gente mandó a los oficiales reales no tratasen más de aquella materia, que S.M. no era servido de cosas de tan poca sustancia, y que cuando esto quisiera, en recompensa de aquel corto interés por escuchar molestias a los soldados, darle S.M. de su propio caudal cuatro mil ducados anuales con lo cual se evitó el intento que por entonces tenían los oficiales reales, que quedaron de ello, y de otras cosas pasadas muy sentidos, y así por su parte, y la de otros capitanes y soldados requirieron al Adelantado se volviese a la Asunción, donde tenían que hacer cosas de su oficio en servicio de S.M., a quien querían dar cuenta del estado de la tierra. Y viendo que no podía hacer más progreso, con sumo desconsuelo se vio precisado a dar la vuelta sin conseguir el fin del descubrimiento que intentaba. Luego que llegó a sus embarcaciones, se metió dentro de una de ellas, y bajó con toda la gente a la Asunción, logrando de su expedición haber traído más de tres mil cautivos de todas edades y sexos, y alguna porción de víveres, con lo cual los españoles tuvieron con que pasar con más comodidad. Poco después de llegado determinó el adelantado reprimir la insolencia de los indios Yapirúes, que molestaban aquella República, a cuya diligencia salió personalmente con 300 soldados, y más de 1.000 amigos; y habiéndose informado del lugar en que estaban recogidos en un cuerpo, lugar muy acomodado, defendido por un lado del río Paraguay, y por el otro de una laguna que lo rodeaba, quedando sólo una puerta, en que tenían una fortificación de madera; los sitió por aquella parte, y empezó a batirlos, y al mismo tiempo hizo a los amigos pasar a nado la laguna, y que con resolución se apoderasen del sitio, haciendo el daño que pudiesen, con lo cual los españoles entraron con más facilidad por las trincheras, y a fuego y sangre rindieron el pueblo, sin embargo de la rigurosa defensa que hicieron los indios, en que murieron muchos de ellos: todos los que pudieron ser habidos, se cogieron y se ajusticiaron los motores de los insultos, y los restantes se llevaron a la Asunción, y fueron puestos cuatro leguas de la ciudad con otros indios más benévolos, llamados Mogolas, con lo cual quedó muy gustoso el Adelantado aunque llegó enfermo de unas cuartanas, que días antes le tenían muy quebrantado. Esto sucedió el año de 1542.